DISCURSO DE HERODES AGRIPA II A LOS JUDIOS

Razonamiento que Agripa hizo a los judíos, aconsejándoles que obedeciesen a los romanos.

Pareciale a Agripa que movería envidia contra sí, si él ordenaba embajadores que fuesen a acusar delante de César a Floro; y por otra parte vela no serle cosa conveniente menospreciar a los judíos, que estaban ya movidos para hacer guerra; por tanto, convocó el pueblo en un ancho portal, y poniendo en lo alto a su hermana Berenice en la casa de los Asamoneos, porque venia ésta a dar encima de aquel portal, contra la parte más alta de la ciudad, porque el templo se juntaba con este portal con un puente que había en medio, Hízoles este razonamiento:

«No me hubiera atrevido a parecer delante de vosotros, y mucho menos aconsejaros lo necesario, si viera que estabais todos prontos y con voluntad de hacer guerra a los romanos, y que la parte mayor y mejor de todo el pueblo, no desease guardar y conservar la paz, porque de balde y superfluo pienso yo que es tratar delante del pueblo de las cosas provechosas, cuando la intención, el ánimo y el consentimiento de todos es aparejado e inclinado a seguir la peor parte; pero porque la edad hace algunos de los que estáis presentes ignorantes y sin experiencia de los males de la guerra, a otros la esperanza mal considerada de la libertad, algunos se inflaman y encienden con la avaricia, pensando que cuando todo esté confuso, con la revuelta y confusión se han de aprovechar y enriquecer, me pareció cosa muy necesaria mostraros a todos juntamente lo que me parece seros conveniente y provechoso, a fin de que los que con tal error están, se corrijan y desengañen, y por consejos malos de pocos, no perezcan también los buenos; por tanto, ruego no me sea alguno impedimento ni estorbo en lo que diré, aunque no oiga lo que su avaricia pide y desea, y los que están movidos con ánimo de rebelarse, sin que haya esperanza de poder ser revocados a otro parecer, muy bien podrán permanecer, después de mi habla y consejo, en su determinación y voluntad; pero si todos juntamente no me conceden licencia y silencio para hablar, serán causa que no me puedan oír aquellos que tanto lo desean.

"Sabido tengo haber muchos que encarecen las injurias recibidas por los gobernadores de las provincias, y levantan trágicamente con loores la libertad. Antes que yo me ponga a mirar y descubriros quiénes seáis y cuáles vosotros, y quiénes aquellos contra los cuales presumís de emprender guerra, quiero hacer una división de las causas que vosotros pensáis estar muy juntas, porque si pretendéis vengaros de los que os han injuriado, ¿qué necesidad hay de ensalzar con tan grandes loores la libertad? Y si os parece que el estar sujetos es cosa indigna que se sufra, de balde juzgo que es quejaros de los regidores, porque por muy moderados que sean con vosotros, no será por esto menos torpe y feo estar en servidumbre. Pues considerad ahora cada cosa particularmente, y conoced cuán pequeña causa y ocasión tengáis para moveros a guerra. Considerad primero los errores y faltas de los regidores: debéis saber que los poderosos han de ser honrados y no tentados con riñas e injurias; mas si queréis pesar tantos pecados tan pequeños, movéis ciertamente contra vosotros aquellos a quienes injuriáis, de tal manera, que los que antes secreta y escondidamente y con vergüenza os dañaban, son después movidos a robaros y dañaros pública y seguramente.

"No hay cosa que tanto detenga y reprima las aflicciones, corno es la paciencia y quietud de aquellos a los cuales es hecho el daño, y tanto avergüence y ponga en confusión a los que de él suelen ser causa; pues poned por caso que los enviados por regidores a las provincias son muy molestos y muy enojosos; no por eso debéis echar la culpa a los romanos, y decir que ellos os injurian, ni a César tampoco, contra quien queréis ahora mover guerra. No debéis creer que por su mandato sea malo alguno de los que os envía por gobernadores, ni pueden ver los que están en Occidente lo que se hace en Oriente, ni aun tampoco allá se puede oír ni saber fácilmente lo que por acá se trata; y así seria una cosa muy importuna moverse con pequeña causa contra tan grandes señores, pues ellos no saben las cosas de que nos quejamos.

"De los daños que nos han sido hechos, fácilmente tendremos enmienda y corrección, porque no tendrá siempre este Floro la administración de esta provincia, antes es cosa creíble que los que le sucederán serán más modestos y mejor regidos; mas la guerra, si una vez es comenzada, no es tan fácil dejarla ni tampoco sostenerla. Los que son tan sedientos de la libertad, debieran primero trabajar y proveer en guardarla y conservarla, porque la novedad de verse en servidumbre suele ser muy importuna y molesta, y por no venir a ella parece ser justa cosa emprender la guerra; pero aquel que ya una vez está sujetado y después falta, más parece, cierto, esclavo rebelde y contumaz, que no amador de libertad. Por esto se debió hacer todo lo posible por que no fueran recibidos los romanos, cuando Pompeyo comenzó a entrar en este reino y provincia.

"Nuestros antepasados y sus reyes, siendo en dineros, cuerpos y ánimos, mucho más poderosos y valerosos que vosotros, no pudieron resistir a una pequeña parte del poder y fuerza de los romanos; y vosotros, que habéis recibido esta obediencia y sujeción, casi como herencia, y sois en todas las cosas menores y para menos que fueron los que primero les obedecieron, ¿pensáis poder resistir contra todo el imperio romano?

'Tos atenienses, que por la libertad de la gente griega dieron en otro tiempo fuego a su propia patria, y persiguieron muy gloriosamente, cerca de Salamina la pequeña, a Jerjes, rey soberbísimo, huyendo con una nao, el cual por las tierras navegaba, y caminaba por los mares, cuya flota y armada a gran pena cabía en la anchura de la mar, y tenía un ejército mayor que toda Europa; los atenienses, que resistieron a tantas riquezas de Asia, ahora sirven a los romanos y les son sujetos, y aquella real ciudad de Grecia es ahora administrada por regidores romanos. Los lacedemonios también, después de tantas victorias habidas en Termópila y Platea, y después de haber Agesilao descubierto y señoreado toda el Asia, honran y reconocen a los romanos por señores. Los macedonios, que aun les parece tener delante a Filipo y a Alejandro, prometiéndoles el imperio de todo el mundo, sufren la gran mudanza de las cosas y adoran ahora aquéllos, a los cuales la fortuna se pasó y tanto favorece.

"Otras muchas gentes hay que, siendo mucho mayores y confiadas en mayor fuerza para conservar su libertad, las vemos todavía ahora reconocer y se sujetan en todo a los romanos; ¿y vosotros solos os afrentáis y no queréis estar sujetos a los romanos, cuya potencia veis cuánto domina? ¿En qué ejércitos o en qué armas os confiáis? ¿A dónde tenéis la flota y armada que pueda discurrir por el mar de los romanos? ¿A dónde están los tesoros que puedan bastar para tan grandes gastos? ¿Por ventura pensáis que movéis guerras contra los árabes o egipcios? ¿No consideráis la potencia del imperio romano? ¿No miráis para cuán poco basta vuestra fuerza? ¿No sabéis que muchas veces vuestros propios vecinos os han vencido y preso en vuestra ciudad?

"Mas la virtud y poder invencible de los romanos pasa por todo el mundo, y aun algo más han buscado de lo contenido en este mundo, porque no les basta a la parte del Oriente tener todo el Eufrates, ni a la de Septentrión el Istro o Danubio, ni les faltan por escudriñar los desiertos de Libia hacia el Mediodía, ni Gades al Occidente; mas aun además del océano buscaron otro mundo y vinieron hasta las Bretañas, que es Inglaterra, tierras antes no descubiertas ni conocidas, y allá pasaron su ejército. Pues qué, ¿sois vosotros más ricos que los galos, más fuertes que los germanos y más prudentes y sabios que los griegos? ¿Sois por ventura más que todos los del mundo? ¿Pues qué confianza os levanta contra los romanos?

»Responderá alguno, diciendo que servir es cosa muy molesta y enojosa. ¿Cuánto más molesto será esto a los griegos, que parecían tener ventaja en nobleza a todos los del universo y y poco ha que eran señores de una provincia tan grande y tan ancha, que ahora obedecen y están sujetos a seis varas que se suelen traer delante de los cónsules romanos? A otras tantas obedecen los macedonios, los cuales, por cierto más justamente que vosotros, podrían defender su libertad. ¿Pues qué diremos de quinientas ciudades que hay en el Asia? ¿Por ventura no obedecen todas a un gobernador sin gente alguna de guarnición, y están sujetos todos a una vara del cónsul romano? ¿Pues para qué me alargaré en contar y hacer mención de los heniochos, de los colchos y de los que viven en el monte Tauro? Y los bosforanos, las naciones que habitan en la costa del mar del Ponto y las gentes meóticas, las cuales en otro tiempo ningún señor conocían aunque fuese natural, y ahora están sujetos a tres mil soldados, y cuarenta galeras guardan pacifica la mar que no solía ser antes navegable. Pues, cuán grande y cuán poderosa era Bitinia y Capadocia, y la gente de Panfilia, la de Lidia y la de Cilicia. ¿Cuántas cosas podrían todas hacer por su libertad? Ahora las vemos que pagan sus tributos todas, sin que fuerza de armas les obligue a ello.

»Pues ¿y los de Tracia? Estos poseen una provincia que apenas se puede andar la anchura en cinco días, y en siete lo que tiene de largo; tierra más áspera y fuerte que la vuestra, la cual detiene los que allá pasan con el hielo tan grande; ahora obedecen a los romanos con dos mil hombres que hay allá de guarnición. Después de éstos, los de Dalmacia y los ¡líricos, que viven junto al Istro, también están sujetos con solas dos compañías de soldados que están allá, con las cuales se defienden de los de Dacia: pues los mismos de Dalmacia, que trabajaron tanto por guardar y conservar su libertad siendo muchas veces presos, se rebelaron una vez con muy gran furia, y ahora viven reposados en sujeción de una legión de romanos.

»Pero sí algunos había que tuviesen causas y razones para moverse a defender su libertad, eran los galos, por estar naturalmente proveídos de tantos amparos y defensas, porque por la parte del Oriente tienen los Alpes, por la de Septentrión tienen el rio Rhin, por la del Mediodía los montes Pirineos, y por la parte occidental el ancho Océano; pero con toda esta defensa, y siendo tan populosa, que tiene trescientas quince naciones diversas en si, y siendo tan abundosa de fuentes que casi la riegan toda, lo cual es gran felicidad doméstica, todavía están sujetos a los romanos y les pagan pechos, y tienen puesta toda su dicha y prosperidad en la de los romanos, no por flojedad de ánimos ni por falta de nobleza de linaje, pues han peleado y hecho guerra por la libertad más de ochenta años; pero maravillados de la fuerza de esta gente y de la fortuna y prosperidad de los romanos, los han temido, porque con ella han muchas veces alcanzado mucho más que no con las guerras, y. finalmente, están sujetos a mil doscientos soldados, teniendo casi mayor número de ciudades.

»Ni a los iberos pudo bastar el oro que les nace en los ni las guerras que hacían por su libertad, ni les en tan apartada de Roma por tierra y por mar, como eran los lusitanos y belicosos cántabros, ni la vecindad del mar Océano, que aun a los que moran cerca de él es terrible y espantoso con sus bramidos; los romanos pusieron a todos en su sujeción, alargando las armas y extendiendo su poder más allá de las columnas de Hércules: pasaron cual nubes por las alturas de los Piríneos, los cuales sujetaron a su imperio. Y de esta manera a gente tan belicosa y tan apartada, según arriba dijimos, les basta ahora una legión para tenerlos domados.

»¿Quién de vosotros no ha oído hablar de la muchedumbre de los germanos? La fortaleza y grandor de sus cuerpos, según pienso, todos la habéis visto muchas veces, porque los romanos los tienen en todas partes cautivos, los cuales poseen unas regiones tan espaciosas y grandes, y tienen mayores ánimos que los cuerpos, y no temen la muerte, y son más vehementes en la ira e indignación que las bestias fieras; todavía tienen ahora el Rhin por término, y son domados por ocho legiones de romanos; y los que están presos y sirven como esclavos, y toda la otra gente pone su salud en la huida y no en las armas. Considerad, pues, también ahora los muros de los britanos, vosotros que tanto confiáis en los de Jerusalén. Aquéllos están rodeados con el océano, y su tierra es casi tan grande como la nuestra; y los romanos con sus navegaciones los han sujetado, y cuatro legiones de gente romana guardan y tienen en paz una isla de tanta grandeza.

»Pero ¿qué necesidad hay de más palabras, pues vemos que los partos, gente tan belicosa y que mandaba antes a tantos pueblos, abundosos de tantas riquezas, envían ahora rehenes a los romanos, y vemos que toda la principal nobleza del oriente sirve ahora en Italia con nombre y muestras de paz?

»Pues que todos los que viven debajo del cielo temen y honran las armas de los romanos, ¿queréis vosotros solos ha­cerles guerra? ¿No consideraréis el fin que han tenido los cartagineses, los cuales, glori5ndose con aquel gran Aníbal, y descendiendo ellos de la generación y cepa de los de Fe­nicia, fueron todos vencidos y derribados por Escipión?

»Ni los cireneos descendiendo de Lacedemón; ni los marmaridas, cuyo poder se ensanchaba hasta aquellos desiertos solos y secos; ni los terribles y valerosos sirtas, los nasamones y mauros, ni la muchedumbre del pueblo de Numidia impidieron ni estorbaron el poder y virtud de los romanos.

»Mas la tercera parte del mundo, en la cual hay tantas naciones que no se podrían ligeramente contar, rque desde el mar Atlántico y las columnas de Hércules hasta el mar Bermejo, en diversos lugares hay infinito número de etiopes, todavía la tomaron toda por armas; y además del trigo y provisión que cada año envían a los romanos, pagan también otro tributo, y sirven de voluntad con otros gastos al imperio: no tienen por cosa de afrenta hacer cuanto la es mandado, como vosotros, y no hay con todos ellos más de una legión romana.

»Pero ¿qué necesidad hay de tomar ejemplos tan de lejos para declarar la potencia de los romanos? Podéisla ver y conocer claramente con ejemplo de Egipto vecina vuestra, porque alargándose esta tierra hasta la Etiopía y hasta la fértil y feliz Arabia, y siendo también cercana a la India, pues confina con ella, teniendo setecientos cincuenta millones de gentes, sin el pueblo de Alejandría, paga muy de voluntad sus tributos, la cantidad de los cuales fácilmente se puede estimar por el número de la gente; y no se afrentan ni se tienen por indignos de estar sujetos al imperio romano, aunque sea incitada a rebelión de Alejandría, abundosa de gentes y riquezas, y no menor en grandeza, porque tiene de largo treinta estadios, y de ancho no menos de diez; paga mes que pagáis vosotros cada año, y además del dinero provee de pan a los romanos por espacio de cuatro meses. Está fortalecida por todas partes, o de desierto nunca andado, o de mar adonde no se puede tomar puerto, o de rios y lagunas; mas ninguna cosa de éstas fué tan fuerte como a fortuna de los romanos, porque dos legiones que quedan en la ciudad refrenan a Egipto y a toda la nobleza de Macedonia.

»¿Pues a quiénes tomaréis por compañeros para la guerra? Todos los que viven en el mundo habitable son romanos, o a ellos sujetos, si no es que alguno de vosotros extienda sus esperanzas más allá del Eufrates, y piense que la gente de los adiabenos, por ser de su parentesco, le ha de venir a ayudar. Mas éstos no querrán por una cosa sin razón envolverse en una guerra tan grande; y aunque quisiesen hacer cosa tan afrentosa, no se lo consentirían los partos, porque cuidan de guardar la amistad que tienen con los romanos, y pensarán ser rota la confederación si alguno de los que están sujetos a su imperio y mando intentaba guerra contra los romanos. Pues no hay otra ayuda ni socorro sino el de Dios; mas a éste también le tienen los romanos, porque sin ayuda particular suya, imposible sería que ‑imperio tal y tan grande permaneciese y se conservase.

"Considerad también cuán difícil cosa será en la guerra guardar bien vuestra religión, a que tanta afición tenéis, aunque tuvieseis guerra con hombres de mucho menos poder que vosotros, y que traspasándola ofendéis a Dios, pensando que por ella os ha de ayudar; porque si queréis, según la costumbre, guardar los sábados sin daros a alguna obra, seréis fácilmente presos. Así lo han experimentado vuestros antepasados cuando Pompeyo trabajó por pelear principalmente en estos días, en los cuales los que eran acometidos estaban en reposo. Y si en la guerra quebrantáis la ley de vuestra patria, no sé por qué peleáis por lo que resta. Vuestro intento ahora no es más que hacer que no sean quebrantadas las leyes de vuestra patria. ¿De qué manera, pues, osaréis llamar e invocar a Dios que os ayude, si violáis de vuestra voluntad la honra que todos le debéis tan debidamente? Todos los que emprenden hacer guerra o confían en el socorro y ayuda de Dios, o en el poder y fuerzas humanas, cuando ambas cosas para acabar les faltan, los que quieren pelear, sin duda van a caer en manifiesto cautiverio por su propia voluntad. ¿Pues quién os vedará que no despedacéis vuestros propios hijos y mujeres con vuestras propias manos, y que no deis fuego y abraséis a vuestra patria tan querida y tan amada?.

»Lo menos que ganaréis, si ponéis por obra tal locura, será la afrenta y daño que suele suceder a los vencidos. Más vale, ¡oh amados amigos míos! y es mejor guardarse de la tempestad que está por venir, entretanto ¡que la nao está en el puerto, que no temblar cuando ya estáis en trabajo en medio de la tempestad; porque los que caen en males sin pensarlos y sin proveerse para ello, parecen dignos algún tanto que de ellos se tenga lástima y compasión; pero los que se echan en peligros manifiestos, dignos son de toda reprensión e injuria. Si ya no piensa por ventura alguno de vosotros que los romanos se atarán a pactos y condiciones peleando, o que se moderarán saliendo vencedores, y que, por dar ejemplo a todas las naciones, no pondrán fuego en esta ciudad sagrada, y darán muerte a toda la generación de los judíos; que quedaréis vivos después de esta guerra, no tendréis algún lugar adonde recogeros: teniendo ya los romanos a todas las naciones y gentes sujetas a su imperio, o teniendo todas las demás miedo muy grande de quedarles sujetas.

»Y no estaréis vosotros solos en peligro, mas también todos los judíos que viven en las otras ciudades, porque no hay pueblo en todo el universo adonde no haya algunos de vuestra gente; los cuales todos, sin duda, si vosotros os rebelarais, por muerte muy cruel serán acabados; y por consejos malos de muy pocos hombres, serán bañadas todas las ciudades con sangre de los judíos. Los que tal hicieren, quedarán excusados, por ser a ello por vuestra falta forzados; y aunque dejaran de ejecutar tal cosa, poneos a considerar cuan impía cosa sea mover guerra contra gente tan benigna.

»Tened, pues, compasión y misericordia; si no la tuviereis de vuestros hijos y mujeres, a lo menos de esta ciudad que se llama la madre de las ciudades de vuestra región. Conservad los muros sagrados y los santos lugares, y guardad para vosotros el templo y Santa sanctorum, porque venciendo los romanos, no dejarán de poner mano en todo esto, pues que no les ha sido agradecido lo que la primera vez les han conservado.

»Yo protesto a todas cuantas cosas tenéis santas y sagradas, y a todos los ángeles de Dios y a la común patria de todos, que no os he dejado de aconsejar todo lo que me pareció seros conveniente. Si vosotros determinarais lo que es justo y razonable, tendréis paz y amistad conmigo; pero si estáis pertinaces en vuestra saña y determináis pasar adelante, sin mí os pondréis a todo peligro.»

Libro II de La Guerra de los Judíos. Flavio Josefo

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